En la Tierra, una explosión nuclear sigue una cronología catastrófica bien documentada. Primero, una bola de fuego cegadora, más caliente que el Sol, vaporiza todo en su radio, dejando solo cenizas y escombros. Segundo, una onda expansiva brutal, como un tsunami de aire, arrasa edificios, arranca árboles y lanza objetos a kilómetros de distancia.
Finalmente, la nube en forma de hongo, símbolo del horror nuclear, se eleva hacia el cielo, cargada de material radiactivo mortal. Esta lluvia invisible cae sobre la tierra, envenenando todo lo que toca, condenando a la vida a una muerte lenta.
En el espacio, esta cronología es bastante diferente. El apocalipsis es bastante silencioso, pero no por eso menos letal. En lugar de una onda expansiva que arrasa con todo a su paso, libera su furia en forma de radiación electromagnética, una ola invisible que viaja a la velocidad de la luz.
Victoria Samson, directora en jefe de seguridad y estabilidad espacial de Secure World Foundation, lo describe en una entrevista a Scientific American como un proceso en cuatro etapas:
Y dependiendo de la ubicación y la intensidad de una explosión, las personas en la Estación Espacial Internacional (ISS), así como en el hábitat Tiangong de China, podrían estar en peligro. Un EMP desactivaría sistemas electrónicos críticos en estos puestos orbitales, dejando a sus tripulaciones mal equipadas para navegar a través de un campo minado de satélites muertos y a la deriva.
Pero, ¿qué tan seguros están los especialistas de que estas son las consecuencias de una explosión nuclear en el espacio? Mucho, porque ya sucedió hace 6 décadas y las consecuencias fueron alarmantes.
A las 11 de la noche del 8 de julio de 1962, un destello cegador iluminó el cielo de Hawái. Unos minutos después, las auroras cubrieron el cielo, primero en tonos amarillos y verdosos, luego de un inquietante rojo intenso.
Estados Unidos acababa de detonar, a unos 400 km de la superficie terrestre, una bomba termonuclear 100 veces más potente que la de Hiroshima. Fue lanzada con un misil desde el atolón Johnston, un territorio no incorporado de Estados Unidos entre las Islas Marshall y Hawái, y detonó a una altitud similar a la que se encuentran hoy la mayoría de los satélites modernos.
Esta operación, llamada Starfish Prime, no fue la primera ni la última vez que Estados Unidos o la Unión Soviética probaron armas nucleares en el espacio. Hubo más de una docena de pruebas entre 1958 y 1962, pero ésta fue la más impactante.
La explosión generó una oleada de energía sobre el Océano Pacífico que apagó unas 300 farolas en la isla de Oahu y destruyó o dañó alrededor de un tercio de las dos docenas de satélites que entonces estaban en órbita. Los aviones experimentaron problemas eléctricos y se perdieron conexiones por radio.
La detonación de Starfish pronto se volvió preocupación. Los científicos no estaban seguros de cuándo volvería todo a la normalidad. El cinturón de Van Allen seguía alterado, esto afectaba a las naves en el espacio y a las que iban a lanzarse. Incluso se temió por la misión Apollo, y se calculó que todos los astronautas absorberían una dosis extra de radiación de entre 20 y 16 rad (medida de radiación absorbida).
61 years ago #Today, Starfish Prime was launched and became the largest nuclear test conducted in outer space, one of 5 conducted by the US in the upper atmosphere. It disabled or damaged one third of LEO satellites
— Massimo (@Rainmaker1973) July 9, 2023
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Las consecuencias de estas pruebas fueron tan impensadas, que poco tiempo después, en 1963, la Unión Soviética y Estados Unidos acordaron poner fin a los ensayos atómicos en la atmósfera, espacio exterior y bajo el agua. Para comprometerse, en 1967 se firmó el Tratado del espacio exterior, cuyo nombre completo es Tratado sobre los principios que deben regir las actividades de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes, que prohíbe a los estados partes del tratado la colocación de armas nucleares u otras armas de destrucción masiva en la órbita de la Tierra, su instalación en la luna o cualquier otro cuerpo celeste.
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